Un tiempo atrás muchos quedaron como fascinados viendo la película Danzando con lobos. El pueblo de Dios, el cristiano que persevera tiene un mayor privilegio que el de danzar con bestias salvajes. Puede compartir con los ángeles la tarea de comunicar las buenas nuevas de salvación al mundo. El mensaje del que somos portadores no es de nuestra autoría: como Embajadores de Cristo, llevamos las inalterables nuevas de su evangelio a este planeta que anda a tientas en la oscuridad.
Vivimos una época de fragmentación social y económica. Las razas, las naciones y los sexos están en constante conflicto. La unidad, la paz y la fraternidad eluden los más ambiciosos proyectos e intentos de la sociedad por sanar sus propias heridas. Sólo por medio de Cristo y su salvación es posible que las personas de toda nación, tribu, lengua y pueblo participen de la verdadera armonía. El poder del Evangelio es suficiente para superar las barreras entre humanos.
"Cristo no admitía distinción alguna de nacionalidad, jerarquía social ni credo... Él vino para derribar toda valla divisoria. Vino para manifestar que su don de misericordia y amor es tan ilimitado como el aire, la luz o las lluvias que refrigeran la tierra. La vida de Cristo fundó una religión sin castas; en la que judíos y gentiles, libres y esclavos, unidos por los lazos de fraternidad, son iguales ante Dios" (MC 16)
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