domingo, 24 de agosto de 2008

EL PODER Y EL PERDÓN



¿Qué hay al otro lado del muro? El muro es poder y el poder puede condenar o absolver. Para absolver o para condenar es preciso que haya un juicio previamente; el juicio lo celebra quien tiene el poder... ¿quién únicamente tiene el poder?
Me resultó, una vez más, curioso (por no decir que indignante) que al terminar el año 2.000, año de jubileo según estableció el papado que en este año concedió una indulgencia plenaria a disposición de todos quienes cumplieran sus condiciones. El proclamar esa indulgencia no hace, una vez más, sino reafirmar la identificación bíblica del papado como un poder altanero que toma las prerrogativas divinas. Es una trivialidad la idea de que todos los pecados pueden ser echados fuera con un simple trazo de una pluma humana, sólo porque alguien ha hecho penitencia y está lleno de buenas obras.
El juicio es una parte fundamental de la predicación del Advenimiento. El apóstol Pablo captó y expresó una visión de Cristo resucitado, y estaba bajo la convicción de que debía proclamar "su camino". Durante su encarcelamiento pudo predicar en forma majestuosa ante gobernantes seculares "acerca de la justicia, el dominio propio y del juicio venidero" (Hechos 24:25). No es difícil entender del testimonio de Pablo que la justicia fue, claramente, la presentación de Cristo mismo; el dominio propio, una explicación del control propio y la regeneración, sólo posibles, mediante el poder de Dios si puede habitar - habitando, en este caso- en el interior de la persona; y del juicio, las consecuencias subsiguientes -sin lugar a dudas- tanto a nuestro compromiso con Cristo como a nuestro rechazo de sus provisiones. Dios quiere salvar, y por esto el juicio está implícito en todo el plan de salvación.
Para Pablo, al igual que para un adventista en una situación de testificación, en estos tiempos tan próximos al regreso de Jesús, resulta imposible proclamar al Señor sin hablar el juicio.
"El juicio final es un acontecimiento sumamente solemne y terrible. El Padre ha delegado todo el juicio en el Señor Jesús. Él será quien declare la recompensa que recibirán los que hayan sido leales a la ley de Jehová. Dios será honrado, y su gobierno reivindicado y glorificado, y ello en presencia de los habitantes de los mundos no caídos. El gobierno de Dios será reivindicado y exaltado en la mayor medida posible. No se trata del juicio de una persona o nación, sino de todo el mundo. ¡Oh, qué cambio se producirá entonces en el entendimiento de todos los seres creados! Allí se producirá el valor de la vida eterna" (CDD, 294).


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