No sería sobreestimar la realidad si decimos que la Iglesia Cristiana Adventista del Séptimo Día ha sido definida por la profecía. El entusiasmo despertado por las profecías difíciles condujeron a la expectativa del regreso del Señor en 1844. Estudios más profundos de la importancia de esas palabras en el libro de Daniel llevaron a la formación de la IASD tal como la conocemos hoy. Y el adventismo se mantiene dinámico sólo con la proclamación de las profecías de Daniel y el Apocalipsis, que se están cumpliendo rápidamente.
Las bestias, esos vigorosos símbolos usados en la evangelización de los primeros adventistas, son a veces una fuente de vergüenza para los adventistas contemporáneos. Un profesor adventista incluso verbalizó esta idea: "Tal vez lo apocalíptico, con su sensacionalismo, representa una etapa inmadura del cristianismo. Tal vez deberíamos reemplazarlo con el evangelio de amor, aceptación y perdón".
Pero este concepto no sólo está fuera de la realidad del desarrollo histórico del adventismo, sino que ignora el propio testimonio de la Biblia. La Biblia no es sólo historia, no es simplemente apocalíptica, no es sólo la enseñanza del pensamiento celestial; es todo eso y más todavía. Es un gran todo, en el cual cada elemento está diseñado para señalarnos más de cerca a Dios mismo.
Jesús reprendió a los eruditos de sus días por entenderlo mal, "Ustedes estudian con diligencia las Escrituras porque piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas las que dan testimonio de mí" (Juan 5:39, NVI). Pedro recoge este pensamiento en su primera epístola, cuando escribió a los creyentes que "los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación ... A estos se les reveló que no para sí mismos sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles" (1 Pedro 1:10,12).
En las tristes horas que siguieron a la crucifixión, aquellos que habían escuchado alegremente la predicación de Jesús, y su exposición acerca del reino de los cielos, comenzaron a preguntarse si todo había sido en vano. Pero entonces dos de aquellos seguidores se encontraron con el Cristo resucitado en el camino de Emaús. Habló con ellos. Les mostró cómo los profetas habían predicho que el Cristo debía sufrir y morir, resucitar y regresar con gloria. Con una compresión renovada, su corazón "ardía" dentro de ellos (Lucas 24:32). La profecía probaba la historia del evangelio. La profecía era, en realidad, parte de la historia del evangelio.
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