La imaginación tambalea cuando pensamos, como enseña la Palabra de Dios, que mediante el plan de redención Dios ha hecho provisión para favorecer a la raza humana con una relación más estrecha consigo mismo que la que habríamos desarrollado en caso de que nunca hubiéramos pecado (Ezequiel 36:11; Apocalipsis 3:21). Esto no significa que él deseaba que pecáramos, sino que "cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia" (Romanos 5:20). No satisfecho meramente con eliminar la maldición, él añade una bendición especial. La obra de salvación requiere una actividad tan profunda e íntima de parte de Dios en nuestras vidas, que ello nos introduce en una sagrada proximidad consigo mismo, una proximidad que trasciende cualquier cosa que incluso los seres no caídos hayan conocido. Somos unidos a él para siempre por medio de lazos de aprecio constantemente creciente para con su amor abnegado (Romanos 11:33-36; 1 Juan 3:1,2).
Cristo en nosotros es la esperanza de gloria porque su vida es revelada en la nuestra por medio del compañerismo que disfrutamos con él, y por la permanente influencia de su gracia santificadora que opera en nuestro corazón (Col. 1:10-14,27-29).
La verdadera gloria no es apenas una propuesta o una perspectiva, sino un poder efectivo y viviente que produce fruto. El evangelio imparte fecundidad espiritual a la vida de todos los que reciben a Cristo (Juan 15:7,8; Colosenses 1:4-6). Él también desea darse a conocer al mundo por medio de la vida de los integrantes de su pueblo, quienes revelan sus atributos y trabajan en compañerismo con él (2 Corintios 2:14-16; 1 Tesalonicenses 1:5-10).
Llevamos fruto para su gloria de dos maneras: primero, revelando en nuestra propia vida los beneficios benditos del evangelio para transformar el carácter humano reemplazando la corrupción y la crueldad por la pureza y la amabilidad (Juan 15:8,16). En otras palabras, amamos y servimos como Cristo lo hizo cuando estuvo en la tierra. En segundo lugar, podemos ejercer una influencia estimulante sobre otros a fin de atraerlos hacia el Salvador (Gálatas 5:22,23; Efesios 5:8-10). Somos sus testigos, quienes ganamos a otros para Cristo (Juan 4:35, 38).
No hay comentarios:
Publicar un comentario